Pablo Aguado es el torero de moda porque el 10 de mayo de 2019 convulsionó la fiesta taurina tras elevar el toreo a la concepción del arte más auténtico y puro. Las cuatro orejas y la Puerta del Príncipe de Sevilla marcaron un antes y un después en la historia reciente de la plaza de toros de Sevilla y, por ende, del panorama taurino. Tras graduarse en Administración y Dirección de Empresa en la Universidad de Sevilla, condición indispensable de sus padres para iniciarse en el mundo taurino, apostó por los trajes de luces antes que por un despacho en una multinacional. Y ha salido vencedor en su apuesta porque tiene el futuro de toreo en sus manos.
Fue el torero revelación de 2019, ¿en qué cree que marca la diferencia?
No me gusta hablar de mí pero creo que en la naturalidad, que es consecuencia de la confianza. En el toreo se aprende la técnica, las querencias, pero todo ese caudal de conocimientos tiene que estar al servicio de como tú sientas el toreo o con qué estilo hayas nacido. Uno no se puede traicionar a sí mismo porque lo más honrado es ser fiel a tus principios, sean los que sean.
Lo que está claro es que huye de lo estereotipado…
Cada torero dicta su tauromaquia y las influencias que puede recibir de otros tiene que saber integrarlas en su personalidad para que surjan naturales. La naturalidad consiste, precisamente, en no buscar nada, sino en dejar que el cuerpo y la mente hagan lo que surja en cada momento sin pensar en imitar a nadie.
¿Qué encaste se adapta mejor al toreo que quiere expresar?
Más que de encastes, me gusta más hablar de ganaderías, sus momentos, sus matices; porque hay hierros de una misma sangre que son muy distintos entre sí. El torero no busca un encaste o una ganadería, sino un animal con unas cualidades que te permitan expresar mejor tus intenciones artísticas.
¿A qué cualidades se refiere?
Las cualidades que busco en un toro bravo son el ritmo, es decir, que se arranque de largo y que atienda a la suavidad más que a la brusquedad. Muchas ganaderías de Domecq atesoran esas virtudes; el toro de Núñez del Cuvillo, que es un compendio de muchos encastes, posee ese punto de ritmo especial; el bueno de Santa Coloma también lo tiene. En definitiva, son más las virtudes que estirpes concretas.
¿Cómo ha profundizado en la búsqueda de su toreo?
Empieza cuando intentas que fluya lo realmente esencial, es decir, en el toreo busco el sentimiento, sin preocuparme de cómo se observa desde fuera. Primero entrenas de salón -donde la mente es más libre para crear- lo que quieres expresar sin esa atadura del miedo. Poco a poco, en los tentaderos, tomas conciencia de cuáles son los planteamientos que te llenan personalmente e intentas profundizar en ellos. También aprendes de aspectos que surgen de manera natural, improvisada, delante de la cara del toro.
¿Qué importancia le das a los recursos técnicos?
Todas las cuestiones que expresa un artista requieren un recurso técnico. En mi caso, intento que la mayoría de las propuestas estén entrenadas o, al menos, toreadas en mi cabeza antes que en el ruedo. Aunque lo que brota de manera natural según sean las circunstancias del momento siempre es lo que más emociona.
La tarde del 10 de mayo de 2019 en Sevilla, ¿fue la culminación de esa búsqueda?
Sí, porque la clave estuvo en que llegué con una confianza plena en mis planteamientos, gracias a las buenas sensaciones que experimenté las tardes de Gamarde (Francia), Valencia y Morón de la Frontera. El toro de Jandilla tenía ese ritmo que me ayudó a extraer la profundidad de su embestida, la velocidad constante que crean toro y torero.
Cuando se profundiza en cualquier proceso de creación, surgen dudas y malos momentos. ¿Cuáles han sido las crisis que ha pasado Pablo Aguado?
En los inicios de mi andadura taurina experimenté una crisis provocada por confundir las ganas y la actitud que se le piden a un novillero con la velocidad. Al final te das cuenta que la actitud se demuestra intentando torear despacio.
El toreo atraviesa una época de exigencia en la regularidad del triunfo, ¿cómo combinas la inspiración con la regularidad y la obligación de generar esos estados de ánimo en los espectadores?
Es muy difícil. La única forma de conseguir ese tipo de estados en el público es olvidándote de que tienes que hacerlo por obligación. Por otra parte, el aficionado está en su derecho de exigir que el precio de la entrada esté retribuido en emociones. No obstante, hay ciertas tauromaquias que casan menos con la regularidad porque dependen mucho de las circunstancias que, cuando se reúnen, provocan sucesos maravillosos. En mi caso, nunca he justificado la falta de regularidad por mi concepto. Considero que existe un punto intermedio que por mi situación estoy obligado a encontrar.
¿Qué piensas de las escuelas taurinas, tú que te has formado como torero alejado de esa realidad?
Yo estoy a favor de las escuelas taurinas porque suponen una oportunidad hoy en día para empezar a torear, ir al campo y conocer las salidas que tiene esta profesión. Muchos dicen que las escuelas sacan toreros muy iguales. Al fin y al cabo, el que se deja influenciar por lo que le digan es porque no tiene su personalidad realmente arraigada. Hay que aprender la técnica, pero luego uno tiene que expresar lo que sienta. A largo plazo, debe de salir el torero que uno es.
El hecho de que tengas 28 años y una carrera universitaria, ¿te ha ayudado a asimilar mejor el éxito?
Pues posiblemente sí. El hecho de haber empezado más tarde te ayuda a darte cuenta de la seriedad que conlleva esto. La sociedad ha evolucionado y esas ideas arcaicas de que el torero tiene que empezar a torear tan joven o que debe pasar hambre están superadas. Hoy en día, con la cantidad de medios que existen, hay tiempo para todo.
Fotos: Jaime Roch.
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