Las laderas de la Sierra de Aracena y los campos que vigilan durante más de nueve siglos la fortaleza islámica albergan la ganadería de Gerardo Ortega. Su enclave exacto es Santa Olalla del Cala, provincia de Huelva, donde estallan los verdores de la Finca Los Llanos, en la que 400 animales entre vacas, becerros y toros pastan en su quebrada orografía con la suficiente libertad de moverse a su libre albedrío. El gorjeo de gorriones y golondrinas ponen la banda sonora de esos paseos y la sombra de los alcornocales, su lugar de descanso: “El toro bravo debe de vivir en la sierra por los nutrientes que aporta como la bellota y la diversidad de hierba silvestre. No comen forraje ni pienso artificial y eso los animales bravos lo agradecen”.
Gerardo Ortega Rodríguez abre las puertas de su casa. Se muestra sincero y pasional, dos virtudes que son bandera en la fiesta taurina. Ortega se incorporó a la ganadería en 1992, tras hacer sus escarceos con la música, el deporte y el cine. De hecho, interpretó a Ricky Lacoste en Sufre mamón (1987), la película de los “Hombres G” dirigida por Manuel Summers, padre del líder de la banda, David Summers.
El apellido Ortega está prendido de este hierro desde hace medio siglo. Su abuelo, fundador de la ganadería, tuvo 12 nietos y él fue el único que eligió el camino de la ganadería. La primera vez que se anunció la ganadería de Gerardo Ortega fue en 1948, dentro de un cartel en el que debutó de luces Miguel Baez, “El Litri”.
El ganadero sevillano, apasionado del Rock and Roll, ha sido capaz de reconducir el destino de su ganadería, de explotar un nuevo camino para sobrevivir: “Nos hemos reinventado dentro de la venta de bravura. Ahora hemos dejado de lidiar corridas de toros para vender toros para las calles en festejos populares porque el negocio no era rentable”. Sus ideas, en tiempos convulsos, impactan dentro de un mundo cada vez más consuetudinario.
Navegar por los prados con un Audi Q4 para fotografiar a los cuatreños es como escuchar el funk más duro y guitarrero que tocaba su primo David Summers. Era como subirse a una montaña rusa de emociones porque los toros se arrancaban con el mismo ímpetu que las tropas de Normandía cuando abrían los portones de las embarcaciones.
En ese trayecto, impacta la morfología de los ejemplares, definida por su procedencia: serios de cara, anchos de pecho, cortos de manos y largos de cuerpo. En los pelajes del ganado abundan los burracos y salpicados, los colorados y castaños se dejan ver de forma habitual pero la negrura abundan en los machos de la ganadería. Según cuenta el criador, la estirpe de los Ortega está formada por uno de los cruces más importantes de la cabaña brava: Marqués de Domecq, Luis Algarra y Guateles : “La seriedad de nuestros toros se la da su procedencia de Marqués de Domecq; la nobleza, los Algarra y la casta, los Guateles”.
El goterón de Guateles fue la última incorporación que hizo a la ganadería: “Una tarde vi un toro en Sevilla que en las suertes previas a la muleta demostró una acometividad y una ferocidad impresionante pero cuando se picó derivó a una condición cumbre y le dije a mi padre que teníamos que echar sementales de esa procedencia a nuestra vacada”. Fue en ese momento cuando introdujeron dos sementales como “Sorpresa” y “Desgreñado”, de Guateles, padres de la ganadería actual.
Sobre la diferencia entre la lidia de un toro en la calle y en la plaza, Gerardo Ortega explica que “en ambos casos se le pide que se arranque, que tenga fijeza y que dure pero en la calle se valora mucho las arrancadas de largo, que el toro tenga alegría”.
Finalmente, el criador se centra en la situación actual fiesta, sometida a tiempos convulsos por el coronavirus: “El tiempo dirá si los toros ganan el pulso. De todas formas, vender toros en la calle va a ser una ayuda muy importante para poder salir adelante y creo que lo positivo que tiene lidiar en festejos populares es que no hay sangre y el primer artículo que defiende un antitaurino deja de existir”, concluye.
Fotos: Jaime Roch
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