El apellido Murube ha rebuscado en la historia del toreo para mantener su estatus como se rebusca un dedal perdido: con esperanza y sin cesar en su esfuerzo. Cinco generaciones han criado al toro bravo en La Cobatilla desde 1848 y han dedicado más de un siglo y medio al “animal más bello del mundo”, destaca con esa pasión que impregna su existencia entera José Murube Ricart, el actual propietario de la vacada y el último eslabón de la dinastía tras la muerte de su padre, José Murube Escobar. La tatarabuela de Murube Ricart, Dolores Monje -viuda del primer Murube-, fue la que alzó el vuelo de este histórico hierro que pasta en las tierras sevillanas de Utrera, entre Montellano y Morón de la Frontera, envuelto de la campiña andaluza.
La Cobatilla, una finca de 800 hectáreas de las cuales 350 se destinan a la labranza, siempre ha sido la sede principal del descanso de este hierro desde que Dolores Monje aumentó la vacada de su marido con animales de Arias de Saavedra, de encaste Vistahermosa. Tras pasar por los descendientes de la célebre ganadera, la divisa de Murube fue adquirida durante 1917 en su totalidad por Juan Manuel Urquijo y la anunció a nombre de su esposa Carmen de Federico. A partir de ese momento, los apellidos de Murube y Urquijo se entrelazaron y formaron un toro indisoluble con la autenticidad de un encaste propio. Durante buena parte del siglo XX abandonaron el apellido Murube, sin perder su morfología característica, para tomar fuerza con el nombre de Urquijo y luego también pasaría a manos de Antonio Ordóñez para, finalmente, volver a las manos de los Murube en 1984.
Para conocer su historia y el ganado avalado por un apellido de larga tradición y prestigio, aterrizamos en el campo en un soleado verano amarillento, sevillano, luminoso. Sobre una tierra fértil -un auténtico prado- rica en acebuches y lentiscos pero con poca encina se asienta un toro de frente zahína y rizada, con morrillo, de cuerna armónica y mirada penetrante que, como se suele decir, sin verle el hierro se sabe a qué ganadería pertenece. El girasol, trigo, avena y cebada también abundan en este paraíso bravo “con el objetivo de que el ganado pueda aprovechar la rastrojera que queda tras su siembra para comer”, apunta Murube.
El cortijo, un almacén permanente de bravura y motor principal en la evolución histórica de la tauromaquia, tiene los muros encalados y una cuidada jardinería a su alrededor. En sus salones, con un elegante diseño antiguo de bóveda catalana, estuvieron sentados personalidades de la talla de Juan Belmonte -padre del toreo moderno- y contiene una valiosa documentación gráfica que lo atestigua y levanta el orgullo.
La Cobatilla es un cuadro de naturaleza, un tapiz de verde pradera en el que pastan becerros, vacas, cabestros y toros desparramados como un hormiguero. Todos lucen la esbeltez del buen alimento y pelo negro o chorreado y carnes prietas para moverse con agilidad y frescura por el campo. Los caballos camperos controlan la retaguardia del ganado con su pausado andar y mirada serena.
Una punta de vacas, con la elegancia de su pastueña caminata, se relaja a la luz de media tarde mientras cruza un lago de amplio caudal y agua cristalina en el que también viven ocas y patos.
En los salones de la finca se desarrolla la entrevista con un ganadero memorioso por naturaleza que contaba esas historias con el tono de voz con el que se cuentan curiosidades y anécdotas: "El toro debe de dar espectáculo para tres actores como son el público, torero y ganadero. En cambio, hay ganaderos que crían un toro para el público y muy pocos toreros los quieren torear y otros solo crían el toro para que el torero disfrute y se olvidan del público. Creo que la combinación perfecta es la satisfacción de todos”.
Asimismo, el objetivo principal es mantener la ganadería porque “hoy en día, los toreros solo quieren un tipo de encaste y cada vez es más difícil lidiar”. A la pregunta de cómo se consigue que una ganadería embista y mantenga su regularidad, Murube responde que es a base de “selección y suerte”. En ese sentido, aquellas virtudes que persigue en los tentaderos -el principal proceso de selección-, son “la humillación, obediencia y fijeza. No me importa que escarben ni que mujan pero no le perdonaría nunca que se rajara, se aburriera o no humillara”.
Respecto a las corridas de rejones, terreno en el que esta ganadería es santo y seña, Murube explica que “el son y el galope son las virtudes que marcan la diferencia en este encaste y por eso nos las piden las figuras del rejoneo. Es decir, que el toro no le pegue arreones y que venga con galope y fijeza para poder hacer bien las suertes". Los Murube mantienen viva la historia en el toreo, su alargada sombra late todavía en las plazas de toros para alimentar un encaste único.
Fotos: Jaime Roch
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