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Foto del escritorJaime Roch

Los Alburejos, el santuario de Torrestrella


Los olivos centenarios que crecen bajo la capota gris del cielo gaditano son testigos de la crianza de dos animales más admirados de la creación: el toro y el caballo. Ellos son los inquilinos de una fortaleza singular como Los Alburejos, al albur del castillo de Torrestrella, situada en Medina-Sidonia, provincia de Cádiz. Esta residencia, garante del florecimiento de la semilla brava de la ganadería de Torrestrella, fue adquirida por Álvaro Domecq y Díez en 1954.



Tras medio siglo a cargo de la histórica dinastía jerezana, Los Alburejos fue vendida a un inversor extranjero por unos 20 millones de euros a principios de 2020. Por ello, este viaje que arranca en Las Rutas de Bravo es uno de los últimos en esta finca de 600 hectáreas, en el que destacan el patio de la Espléndida, el jardín de las Palmeras, el salón de don Álvaro, la plaza de tientas y la plaza de toros cubierta Virgen del Recuerdo.




En el horizonte del cortijo se observa el castillo de Torrestrella, lo que da nombre a una ganadería que inicialmente se llamó Valcargado. El castillo, que destila historia por sus ruinas y por su ventana en arco de herradura decorada con lóbulos, es una antigua fortaleza morisca desde la que vigilaban sus territorios.



Álvaro Domecq Romero, “Alvarito” para los amigos, abre las puertas de su casa un domingo y atiende a los visitantes después de asistir a misa. Las tradiciones se cuidan en esta casa tanto en la forma de ser como en la de estar. Antes de arrancar la conversación, el ganadero enseña la camada de sus toros como primera carta de presentación. En el viaje, los caballos, de limpias crines, se observan fuertes como la garrocha que llevan los caballistas para manejar el ganado. La flora del campo, abrazada por el aire limpio de la naturaleza, marca la diferencia tras una buena primavera.





El aleteo de los pájaros se diluía como un azucarillo entre la cornamenta de los torrestrellas. Las vacas, de cuernas desarrolladas y lustroso aspecto, se mostraron inquietas para proteger a sus becerros. Los pelos salineros, burracos y negros reinaban entre los toros y ese variado pelaje, sin profundizar mucho en las entrañas de la historia, determinaban su procedencia Veragua y Parladé, a través del Conde de la Corte y Núñez. Durante la visita, encima de un moderno Jeep que rompía con la idiosincrasia ganadera, se observaba a unos toros con los cuartos delanteros muy desarrollados, de amplia pechera y bajos de agujas. Puro Torrestrella.




En el salón de los Domecq, lleno de muebles robustos y añejos de madera en los que destacaba la belleza de sus acabados, Álvaro Domecq empezó a hablar con un aire de verdad, como muestra de su afición y magisterio, que cada vez reina menos en el mundo taurino: “Sinceramente, cada vez tengo más difícil la venta de mis toros porque tienen hechuras fuertes y hoy en día las figuras quieren los toros más pequeños”. En medio de la conversación sirvió un jerez de su bodega, un Alburejo Oloroso concretamente, para saborear más el momento como un hombre sólido, que pertenece al mundo de los que tienen curiosidad y pasión por lo que aman, que es este Domecq.



Sobre el concepto de bravura, el criador gaditano, que exige siete puyazos a las becerras en las tientas, aseguró que “es que el toro no pare de embestir, es decir, que mantenga su condición y que vaya a más durante la faena y que cree problemas a los toreros. Ya lo dijo Juan Belmonte: “Dios me libre de un toro bravo”.



En ese sentido, la reflexión del momento actual de la fiesta también es punto y aparte: “Se ha suavizado la fiesta y hay mucho menos riesgo que antes. Por eso creo que hay que subir el nivel de bravura y eso solo depende nosotros, los ganaderos, pero mandamos muy poco”. Asimismo, prosigue: “Ahora, cualquiera en el tendido puede decir que ‘eso lo hago yo’ y eso no puede ser. Antes los toros eran más pequeños pero se movían mucho más. Cuando yo toreaba a caballo, el Sanatorio de Toreros estaba lleno en el mes de agosto y eso era síntoma de que antes había mucho riesgo”. Sobre los toreros actuales explica que “hacen a las suertes a la perfección porque se han criado en Escuelas Taurinas pero no transmiten porque falta personalidad”.




Hablar con Álvaro Domecq también es hablar de caballos porque ha llevado las monturas por Bélgica, Dinamarca y Alemania y ha participado con ellas en las Olimpiadas de Atlanta, Sidney y Atenas. El fundador de la Real Escuela Andaluza del Arte, como conclusión, explica que el caballo español tiene “una superclase, como la elegancia y la suspensión, que le falta a muchos otros caballos del mundo”.




El toreo ha perdido un templo como Los Alburejos pero un patriarca como Álvaro Domecq ha vuelto a sentar cátedra. Siempre quedará el refugio de la historia.


Fotos: Jaime Roch

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