Lora del Río, enclavada en la comarca sevillana de la Vega Alta, alberga una de las ganaderías más legendarias de la historia del toreo: Miura. Cinco letras de un apellido legendario que enarbola la bandera del toro bravo como vehículo de emociones fuertes. Ese apellido se encuentra colgado de la entrada de Zahariche como en las películas del wéstern, entre de cabezas de toros. Franquear ese umbral es sentir el peso de la historia, de conocer un mito vivo de la tauromaquia, y comprobar que en esta finca sevillana el riesgo está abierto de par en par, como si se estuviera en la boca del lobo.
Esta aura de peligrosidad no empaña la grandeza de Zahariche: una campiña, con decenas de kilómetros, donde emergen arbustos y matorrales con salpicones de encinas tan relucientes como el oro de las Indias. 700 hectáreas destinadas a la cría del toro envueltas de una elevada riqueza natural que supone una inmensa abundancia de pasto.
En la finca señorial, que también perteneció al ganadero Félix Urcola, esperan los hermanos Miura, Eduardo y Antonio, junto al hijo del primero -también Eduardo- para ver la camada de toros y enseñar los utreros. Al abrigo de un grupo de vaqueros, que merodea vigilante por entre el rebaño de reses, se inicia el bosquejo en la ganadería con un antiguo Land Rover que limpian de polvo para la ocasión porque cada visita es embaucarse en una aventura en la que no se sabe si hay que correr debido a las arrancadas de los bravos o disfrutar tranquilamente de la libertad del paraíso entre las 600 cabezas que se mueven por la finca.
Las vacas parecen tranquilas y, gracias a sus solemnes movimientos, se aprecia la variedad de colores naturales que son característicos en esta divisa sevillana: animales negros, bragados, meanos, castaños, colorados y cárdenos. Mientras tanto, los becerros, que esperan su destete, zigzaguean entre tréboles, gramillas, trigos morunos y espárragos trigueros que brotan espontáneamente en Zahariche. El silencio se corta en el ambiente. Solo se escucha el contacto de la pezuña de las reses con la tierra.
La visita a los toros marca la diferencia: galopan con tranco firme pero uno queda rezagado y se refugia detrás de un árbol como si de un escudo se tratara. Desafiante y solo, espera el paso del coche. De los toros destaca su potencial de testuces y cornamentas y brilla su afilada morfología: un ejemplar largo, alto, de vientre recogido y con mucho cuello: “Hay que estar muy firme y seguro mientras nos paseamos entre ellos porque no tiene que ver que él puede sobre la situación”, expone Antonio Miura, con una voz ronca y pausada bañada por el tabaco y los años.
De vuelta a la gran casona, el cielo retiene la lluvia y un viento suave balancea los tallos de gamón, donde su flor compite en hermosura con otras de blancor silvestre del campo andaluz. El salón del cortijo, un joyero que almacena en sus paredes medio siglo de historia de toreo entre carteles y cabezas disecadas, es testigo de la tertulia. Tener de frente a los Miura desequilibra tanto como si nos enfrentásemos a sus toros. El respeto y la seriedad reinan en el ambiente.
En ese sentido, Antonio y Eduardo, que se hicieron cargo definitivamente de la ganadería en 1996, definen sus toros como “temperamentales y agresivos” porque “no se doblegan con facilidad, tiene un carácter indómito, rechazan el intrusismo de cualquier tipo”. De esa características se entiende que su sangre es ardiente, su nervio está a flor de piel en cada muletazo y las miradas a los toreros son de escalofrío porque, como dicen sus criadores, “el toro de Miura es único en su especie, tiene personalidad”.
La base principal de esta ganadería la componen reses de Gil Heredia y Albareda, de origen Gallardo, y de Gerónima Núñez, de origen Cabrera, junto a sementales de Vistahermosa, Veragua y Pérez de Laborda: “Mi tatarabuelo empezó con una fábrica de sombreros en la Plaza de la Encarnación de Sevilla y hubo un momento de su vida, en el 1842, en que se dirigió a la crianza del toro a causa de la afición de su hijo mayor Antonio, nuestro abuelo”, expone Eduardo.
Sobre el concepto de bravura, los Miura exponen que para todos los ganaderos debería tener el mismo significado: “Es que el toro no se canse de embestir. La definición de una bravura es como sacarse una carrera, es decir, hay que aprobar todos los cursos para graduarse. Aquí hay que cumplir en todos lo tercios para ser bravo. No sirve ser bueno en un tercio y malo en el otro. Hay que ser completo para ser bravo”. En ese sentido, aclaran que esta condición tenían más agresividad antiguamente y ahora tiene más nobleza y más dulzura.
Antonio pone énfasis rápidamente en la evolución del toreo: "Se torea más perfecto que nunca porque el toro lo permite gracias a esa dulzura, a esa nobleza. Pero que un torero se guste delante del toro nunca se lo he escuchado a mis antepasados. Podrá esta más entregado o más firme para transmitir más o menos, pero ¿qué es eso de gustarse? ¿Se ha pegado un lametazo en la cara y está sabroso?”, concluye.
Miura está alimentada por los años. Y tanta gloria no va a prescindir en un futuro próximo porque el toreo, en esta casa, es un refugio de historia.
Fotos: Jaime Roch
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